Los gallineros son espacios únicos por su carácter rudimentario, sin embargo esconden una complejidad que se manifiesta al interponer el rol productivo con la naturaleza de sus actividades biológicas. El comportamiento animal responde a un cierto ambiente acústico que se genera a partir de la infraestructura en una relación directa con la comunidad de individuos que la habita. Este texto pretende definir aquel ambiente acústico del gallinero a partir de sus sonidos, su relación con el espacio y con el territorio.
Dentro del gallinero existe un ambiente sonoro que recorre la totalidad de su volumen dado por la ocupación tridimensional que ocupan las gallinas. En una primera parte por su distribución programática bien definida dentro su arquitectura, dejando un primer piso de uso público, para alimentarse, interactuar con el medio, tomar agua y escarbar. El suelo tiene una triple función, pues no solo sirve como soporte para el movimiento sino que además ese suelo esponjoso hecho de maíz y paja, es su fuente de alimento, donde además muchas gallinas colocan sus huevos. Este nivel se define más bien como un caos sonoro, una superposición de cacareos que, por la materialidad y forma de su arquitectura, suelen amplificarse hasta construir una masa acústica inentendible, donde se destacan cada tanto ciertas frases producidas por interacciones, movimientos y saltos, aleteos, que van dibujando una cierta idiosincrasia de relaciones casuales y no intencionadas. En esta zona abundan sonidos agudos, algunos como un lamento prolongado que va en in crescendo; otros rítmicos y ondulatorios, similares a un gorgoteo.
En una segunda parte, existe un siguiente nivel que abarca el volumen desde el primer elemento suspendido hasta el último en forma de estantes o palos, y que corresponde a la zona de descanso. Esta estructura consiste en un entramado de palos horizontales, donde las aves buscan reposo en un juego de equilibrio. Cada día al bajar el sol las aves toman posiciones para dormir y al momento de buscar reposo generan un pequeño vuelo para alcanzar los palos en altura donde aparece el sonido del aleteo. En este proceso existen altercados entre las aves que encuentran un mismo espacio generando una escena de tensión que al resolverse decanta en un silencio absoluto. Así termina una jornada y un ciclo en el gallinero. De noche las aves dibujan un espacio tridimensional por la ocupación de sus cuerpos, que rompen al amanecer en su descenso hacia el suelo generando un zócalo vivo de plumas, un plano bidimensional de habitantes en movimiento. Un nuevo ciclo comienza.
Al amanecer las gallinas despiertan y son liberadas del gallinero hacia los campos. En este punto se genera el clímax acústico del día. En un arrebato colectivo esta masa de cacareos aumenta su intensidad y se prolonga hasta que las gallinas se dispersan por el campo. Durante el día la intensidad baja y se mantiene más o menos constante hasta el atardecer, cuando vuelven al gallinero.
Desde una lectura acústica podemos establecer una relación temporal con el gallinero que se transforma a lo largo del día y se repite día tras día como una rutina inmutable. Si clasificamos los sonidos diarios, desde la interacción de éstos con el espacio, podemos determinar la perspectiva acústica que se genera al interior. Primero visualizamos el gallinero como un escenario con diferentes planos que construyen una perspectiva sonora. La infraestructura se presenta como la escenografía, las aves como sus personajes y las escenas como los eventos acústicos que brindan el material de análisis. La perspectiva sonora se conforma por un primer plano, un fondo y planos intermedios que van construyendo la profundidad.
El gallinero tiene un fondo que consiste en aquella masa acústica que ya hemos mencionado, caracterizada por un sonido agudo y alargado, que se intercala uno detrás del otro entre las aves, generado por un gesto de existencia y que mantiene una presencia continuada. A este sonido se le suma el cacareo clásico, que cumple un rol más intermitente y arrítmico. Sobre esta base se destacan planos intermedios, expresiones intencionadas fruto de interacciones que se reconocen por su sonido ondulatorio y burbujeante, rítmicos y con chasquidos dobles. En un primer plano existen sonidos definidos generados por cantos que responden a necesidades específicas; existen llamados por placer, angustia, defensa, alarma, gritos de agrupación, de anidación o para pedir alimento, entre otros, como por ejemplo el canto del gallo dominante al amanecer. Los tonos musicales emitidos por gallinas en situación de angustia se compone solo de frecuencias que descienden, mientras que las frecuencias ascendentes son más comunes en los llamados de placer (Schafer, 1977).
El lenguaje de las gallinas puede reflejar los ciclos de su habitar, sus relaciones sociales y jerarquías, su estado emocional en relación a sus demandas instintivas y necesidades básicas. Según Schafer (1977), las vocalizaciones de los pájaros han sido generalmente estudiadas en términos musicales. Los antiguos ornitólogos construían palabras onomatopéyicas para describir estos sonidos. Olivier Messeiaen, compositor y ornitólogo, asignaba un pájaro específico a cada instrumento, generando diálogos y escenas de encuentros y desencuentros entre sus personajes, reinterpretando no solo su lenguaje, sino que sus conversaciones y llamados a través de sus ritmos y melodías. En su obra Reveil des Oiseaux, la escena representada consiste en el despertar de los pájaros, una madrugada de primavera que mantiene un clímax al amanecer, desciende hacia el atardecer en diversos cantos que cierran la pieza con el silencio de la noche (Hill, 2007).
A partir de la experiencia de Messeiaen podemos trasladar aquella vivencia sonora del gallinero hacia una sinfonía, interpretando las vocalizaciones de las aves en instrumentos orquestales que se disparan según ciertos ritmos y tiempos. Aquí el tiempo cumple una función esencial y tiene la condición de manifestarse como una experiencia dinámica, donde el sonido permite visualizar una temporalidad que le da vida al gallinero y que forja el carácter acústico de las zonas rurales. Según Tomás Browne (2005), el tiempo se conforma a partir de dos realidades que le dan sentido; la primera es que el tiempo se padece y decanta en el cuerpo; la segunda es que el tiempo se guarda en el espacio de la memoria. En ese sentido, el gallinero cumple un rol dinámico en la conformación de la memoria colectiva de las zonas rurales. Un conjunto de gallinas pueden dominar un paisaje sonoro que constituye una unidad frente a un territorio. Los sonidos del gallinero guardan una información invisible que caracteriza al sector agrícola convirtiendo la infraestructura en un dispositivo que conserva la memoria de los territorios rurales de Chile, como un elemento acústico común que se reconoce como “de campo”.